una entrada de
eeclach
autor de las fotos: caballescu f.
relato de historia popular y letras por tom fabucu (2015)
Sierra de Guadarrama
cerezales tras el viejo chozo
otoño en los helechos, allá atrás entre los pinos llama la atención una mancha encarnada...
y al alcanzar el chozo la curiosidad llama a ver qué árboles de hoja caduca
habitan en estas alturas.
sorprende y mucho encontrar cerezos aquí; hijos todos segurro, de una primera pepita
que los pájaros o más bién alguien, tiró aquí.
una mancha de color más que alegre entre el azul oscuro del pinar.
- `` ..., dicen por los alrededores que allí junto al chozo donde solían dormir, se despidió de sus
padres un joven pastor y cargado con su manta y su pobre hatillo al hombro, desapareció ha-
cia el pinar exactamente por donde hoy crecen los cerezos.
Se iba en busca de un futuro mejor pero hay quien sugiere que sintiéndose acosado en aque-
llos tiempos cercanos a la guerra, fue a enrolarse a uno de los ejércitos o que emigró al otro
lado del charco.
Dejaba moza también en la aldea más cercana, no sin asegurar antes que regresaría, y le
quedó dicho que sabría de su vuelta cuando mirando hacia el chozo desde las dehesas viesen
ondear la manta encarnada que llevaba con él.
Pasó el tiempo; pasó la guerra y dejaron de asomar los dos o tres forasteros armados que pre-
guntaron durante un tiempo por él.
La moza, a todo vecino le hacía adivinar en los otoños unos visos colorados a un lado del chozo,
a la entrada del pinar.
La gente, que no acababa de ver aquellos reflejos sutiles, suponía que serían helechos, una ra-
ma de pino o algún enebro seco y la hacían desistir de su visión preguntándole qué importancia
podía tener aquello; mas por temor tampoco ella les descubrió el significado. Los padres de él
y su hermano dejaron de subir con sus ovejas y cencerros a los pastos altos y al manantial cer-
cano al chozo. Se quedaban todo el tiempo en el rancho y apenas subían algo más arriba de la
cañada si les mandaban ir a buscar alguna morucha o ternero.
Un año, también en otoño, la moza, ya mujer hecha, atravesó varias mañanas por la dehesa y
el rancho camino del pinar con algunos bultos bajo el brazo. Ellos la miraban pasar sin pregun-
tarle nada, suponiendo que iba al chozo con la razón ya perdida. A nadie le extrañó cuando u-
na mañana fría cruzó embozada la aldea para no volver. Pero durante unos días les pareció dis-
tinguir muy leve, cási imperceptible algo como una mancha colorada allá por donde el viejo
chozo. -Será el helecho, o la rama seca de un pino o un rodal de enebro seco, ...- cantaban.
Al otoño siguiente, últimos de octubre, el hermano del pastor emigrado guiaba lentamente un
carro tirado por bueyes hacia la apartada estación del ferrocarril con la maleta de los padres y
ellos sentados detrás. Se despidió de ellos y siguió camino hacia la dehesa donde habría d car-
gar leña para llevar a la casona de la aldea. Cuando le preguntaba alguien decía que se habían
ido a vivir con unos parientes a un pueblo grande cerca de la capital. Tan como en secreto lo
llevaron todo que a los vecinos, guardeses y pastores no les quedó otra que la imaginación pa-
ra explicarse todo aquello. El hermano dejó de trabajar en el rancho, se casó allí y no se sabe
con qué ahorrillos y su propio esfuerzo, arregló una casa arruinada que perteneciera a su fami-
lia en mejores tiempos y trabajó las escasas heredades que le venían por su mujer más otras
con las que se fue haciendo poco a poco. Cuando los vecinos comenzaron a emigrar, el precio
de las haciendas bajó y así fue prosperando.
Transcurrieron los años y un sobrino suyo de la capital con ayuda de sus primos y joven espo-
sa levantó de otra ruina casa de vacaciones y descanso. Ya todo el mudo supo que era el hijo
de aquél pastor.
Un día, cuando la fiesta de la patrona, entró con sus parientes a la Taberna Vieja, a celebrar,
y allí escuchó un dicho ya bién arraigado nacido natural y sin ningún esfuerzo de la imaginación
de los vecinos. Era tan popular que hasta en los ruegos de las misas, en la taberna o en cual-
quier esquina de la aldea, o lugares adonde habían emigrado sus gentes, podía escucharse:
- será el helecho, la rama de un pino;
un rodal seco, de enebro,...
Valía para pedir suerte y bendiciones, para señalar incertidumbres o casualidades, para llenar
vacíos, despedirse, saludarse los vecinos fuera de la aldea o cuando llevaban tiempo sin verse,
etc. Y tal fue su arraigo que a los de la aldea comenzaron a nombrarlos en todas partes
`` Serán Helechos... ´´
El caso es que ya todo el que se acercaba hacia la cañada veía durante unos días de otoño y
sin ningún esfuerzo, una mancha colorada allá donde el chozo viejo y la familia, unos desde la
aldea, otros desde el pinar, se iban a juntar allí, bajo el rodal de cerezos crecidos para una co-
mida. Se hizo costumbre y otras familias acudieron.
Se dice hoy que aquellos cerezos nacieron de unas cerezas que allí comieran la moza y su pastor
antes de que él pensara en partir. Que aún temeroso él, ya sin su manta iba a sentarse allá cada
dos años por las fechas, coincidencia, en que un arbolejo, una caña de cerezo apenas, dejaba
que el otoño le pintara las hojas.
La mujer, al creer ver estos visos en la distancia, suponía que era la manta colorada através de un
matorral y acabó por subir al chozo y encontrarse con él. Allá lo planearon todo. Nunca nadie
fuera de los suyos llegó a saber a ciencia cierta por qué aquél joven pastor dejó su aldea.
(tom fabucu)
susurran los cerezos
fino como el aire de la sierra
en los pinares (tom fabucu)
lágrimas de otoño, sobre la yerba, bajo los cerezos... (tom fabucu)
...y la vista del lado de los pinos y la tarde...